Bolivia, Chile y Estados Unidos ¿ahora qué?
por Xavier Fregoso Noble
Recientemente, fueron llevados a cabo procesos democráticos dentro de Bolivia, Chile y Estados Unidos. En el primero, se eligió a un nuevo presidente en Bolivia tras las controversias en las cuales Evo Morales tuvo que huir del país y se instauró un régimen con dudosa legitimidad. En el segundo, la mayoría votó por redactar una nueva constitución chilena para poner fin a la Carta Magna que había imperado desde la dictadura pinochetista mediante un plebiscito. Y en el tercero, se llevaron a cabo elecciones federales para definir si dar 4 años más al mandato de Donald Trump o dar un giro de 180 grados con Joe Biden.
Los tres sucesos dan cuenta de voluntades por transformar el entorno político que rodea a sus respectivos ciudadanos. En un entorno de hartazgo, en todos los casos se busca renovar vestigios de una sociedad intolerante, clasista, racista, xenófoba y, francamente, violenta. Son casos en donde podemos hablar de violencia por la incapacidad del Estado de otorgar condiciones mínimas de bienestar por una diversidad de razones, que terminan por vulnerar a la población al no garantizar ni las mínimas medidas de seguridad (entendido desde la perspectiva ampliada del concepto).
Los líderes que quedan con proyectos que definir en las manos tienen una enorme responsabilidad, hay mucha expectativa de quienes los llevaron a donde están: una posición de liderazgo. Además, deberán superar la capacidad de gestión de sus predecesores para no caer en el mismo lugar de la historia.
Con Bolivia, es necesario recuperar la confianza de aquellos desencantados con los procesos democráticos de su país, que de una forma u otra generó controversias en torno a la reelección de Evo Morales. El breve régimen de Jeanine Áñez pone en duda la capacidad del sistema político por generar un balance entre poderes, garantizando la independencia entre los mismos. Luis Arce tiene una tarea monumental: conseguir la confianza de sus ciudadanos hacia sus propias instituciones.
Los constituyentes chilenos encontrarán sobre sus hombros la tarea de adecuar el texto constitucional a una realidad social muy lejana a la que Pinochet imaginaba en 1980. Será, entonces, un reto sin precedentes el encontrar las directrices adecuadas para sentar las bases necesarias de un Estado justo, equitativo, democrático y plural que realmente consagre soluciones a las preocupaciones de una nación chilena valiente, participativa y con sed de mejorar su realidad.
En Estados Unidos, Joe Biden, deberá no solo gobernar para sus bases o su electorado. Esto consistiría en un grave error que sin duda perpetuará el status quo alimentado por la anterior administración. En cambio, un giro de 180 grados que atienda las inquietudes y miedos de los perdedores de la globalización (quienes en gran medida son partidarios de Donald Trump) al tiempo en que pone atención a los derechos sociales, de género, laborales, migratorios de grupos urbanos es un imperativo para una nación que encuentra odio genuino en la otredad.
Finalmente, queda para el resto de las naciones observar con detenimiento lo que sucede en Bolivia, Chile y Estados Unidos. Nos corresponde mirar con atención y, tal vez, tomar nota para complementar nuestros procesos democráticos con experiencias que pueden ser útiles para mejorar la realidad.
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