La voz de algunos
por Rodrigo de la Peña
“La libertad es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”
-José Martí
La libertad de expresión siempre ha sido un derecho controversial. ¿Cuál es su límite? ¿Tiene límite? ¿Qué institución debe encargarse de ello? ¿No sería contrario a su esencia limitarlo? Estas son algunas de las tantas preguntas que existen sobre la libertad de expresión. Sin embargo, la mayoría de los países democráticos han contemplado que tienen, con sus debidos matices, libertad de expresión. Ahora bien, en un sentido meramente técnico, es decir, en legislación, hay un derecho a la libertad de expresión. No obstante, muchas situaciones han demostrado que en lugar de derecho es un privilegio de algunos. México, desde hace ya varios años, ha sido señalado como uno de los países más mortíferos para los periodistas y el más peligroso en el hemisferio occidental, de acuerdo con la Comisión para la Protección de Periodistas (CPJ por sus cifras en inglés). Sin embargo, hoy el país encuentra un agravante mayor: el gobierno. Desde que el presidente, Andrés Manuel López Obrador, tomó posesión como mandatario se ha declarado una lucha en contra de la denominada “prensa fifi”. Además, el presidente ha señalado a ciertos periodistas por escribir posiciones contrarias a las suyas e incluso en una de sus conferencias mañaneras solicitó que se removiera la licencia periodística a uno de los opositores. Si bien, dicha licencia es inexistente, la actitud del presidente es de preocupar. El tono de superioridad y de imposición que utiliza el mandatario sobre lo que se debe reportar son síntomas de una visión totalitaria y controladora, contraria a los principios democráticos y libertarios.
Ahora bien, el caso de la opresión no es exclusivo de México. La semana pasada, el Rapero Pablo Hasél fue detenido en España por el delito de Injurias a la Corona y de enaltecer el terrorismo. Por un lado, no cabe duda, como señalaron los jueces, que Hasél se encontraba dentro del supuesto normativo que obliga a los jueces a emitir la sanción. Sin embargo, es de resaltar que leyes como estas abarquen tantas ramas, que incluso consideren a las canciones de protesta como un acto ilícito. Estos ejemplos ilustran con claridad que tanto en los círculos como en la política los extremos se tocan. Por un lado, hemos sido espectadores de las “noticias falsas” y de los “otros datos”. Por otro, hemos visto que los mandatarios que predicaron la existencia de múltiples datos, que abogaron por la libertad de expresión, y que incluso criticaron la censura mediática del expresidente Trump, son los mismos que buscan censurar, desinformar y oprimir a todos aquellos que estuviesen en contra de sus ideales.
Finalmente, a mi parecer, llegamos a topar con una pared que ha estado presente desde la Segunda Guerra Mundial: la regulación de la libertad de expresión. Parece ilógico pensar que desde 1945 no hemos podido encontrar una respuesta a esta doble visión que hay sobre esta libertad. Por un lado, contemplamos que esta es posible siempre y cuando no lastime a otros. Sin embargo, no hemos sido capaces de aterrizar una visión objetiva y lineamientos claros sobre cómo regular dicho derecho, y, por lo tanto, terminamos balanceándonos de un extremo, al otro del discurso de odio a la opresión y viceversa.
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