Bajo el agua, crónica de un desastre anunciado
por Diego Alvarado
En los últimos días, la discusión en torno a las inundaciones que azotan a Chiapas y Tabasco se ha intensificado. Tanto el gobierno actual como partidarios de los anteriores han optado por atribuirse unos a otros culpas y responsabilidades, en lugar de sugerir soluciones y empezar a pensar en el desarrollo de un plan integral que alivie esta problemática, la cual afecta desde hace décadas a esta zona específica del país. Porque sí, no es algo nuevo ni mucho menos que ocurran inundaciones, pero se corre el riesgo de desastres de mayor magnitud consecuencia del cambio climático y otras causas que se tocarán más adelante en este artículo.
Existen registros que datan del siglo XVI, en donde ya se habla de inundaciones en el territorio sureste del país. De hecho, se llegó a determinar que estas catástrofes eran cíclicas y que ocurren habitualmente una vez cada diez años. La última vez que un desastre de esta escala azotó a la región fue en 2007, donde de acuerdo a cifras oficiales, más de un millón de personas fueron afectadas. En esa ocasión, el entonces presidente Felipe Calderón se comprometió con la construcción de lo que hoy es la compuerta “El Macayo”, una obra de infraestructura la cual estaba destinada a blindar a la población de Villahermosa contra cualquier inundación que comprometiera a la seguridad de sus habitantes.
Aunque su construcción se concretó, no lo hizo en el plazo estimado que fue de dos años, lo hizo en cuatro. Además surgieron diversas quejas por parte de ciertos organismos, como la Auditoría Superior de la Federación (ASF) la cual determinó irregularidades en la financiación del proyecto y la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) la cual acusó a la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) y al gobierno del estado de Tabasco de comprometer con esta obra el derecho de seguridad, vivienda y salud de los habitantes de poblaciones aledañas, con una demografía principalmente indígena.
Ahora, hablábamos de que esta situación es bastante común para los habitantes del sureste del país. También se señaló que por cuestiones de cambio climático aunado a otras causas como lo son la industria del petróleo, el crecimiento urbano, la contaminación y la deforestación en la región, el proceso natural que hasta ahora se había mantenido cíclico se vería afectado. Esta situación aumenta la frecuencia de estos desastres, pero no solo eso, sino también la magnitud de los mismos, aún a pesar de las medidas de contención que hasta ahora los distintos gobiernos han implementado.
Aunque el mismo presidente, oriundo de la región, ha declarado que “Tabasco es mi corazón, mis sentimientos y convicciones(…)”. Parece que tampoco se hará mucho al respecto durante su periodo como presidente. Ya que, incluso él ha sido el impulsor principal de la Refinería de Dos Bocas, la cual para su construcción ha necesitado de la deforestación de aproximadamente 131 mil hectáreas de manglares, los cuales fungen de barrera natural contra inundaciones en la zona, y la cual promete añadir un componente contaminante extra al ecosistema local.
Así que como vemos, los hechos nos muestran que hay mucho por donde empezar pero poco de donde partir. Solo encontramos una discusión alta en insultos y señalamientos, responsabilidades compartidas, pero al final sin sustancia. Ambas partes, tanto oposición como gobierno se han olvidado que hay gente detrás de cada decisión que se toma. Las medidas a largo plazo no son una opción para quien busca resultados inmediatos y temas para discursos de campaña. Y no será hasta que esta conversación se tome en serio que una verdadera solución salga del fondo de este mar de tragedias.
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